Piel de cobre y de canela
de Tonantzin mexicana,
que en una fresca mañana
sembró de rosas la tela.
En el ayate del hombre
hecho de su sangre y beso,
dejó para siempre preso
el milagro de su nombre.
Guadalupe, la del cerro,
no quizo ser madre de otros,
mexicana por nosotros,
sin templo, cuna ni encierro.
Manos de tierra morena
que bendicen chilpayates,
arropados en ayates,
soñando en la madre buena.
Eres eclipse de luna
Señora de las estrellas;
la de las pupilas bellas
india y madre cual ninguna.
Deja llegarte mi canto
con pájaros trovadores,
Zenzontles, madrugadores,
con voz de viento y de llanto.
Mi prietita consentida
Virgen de barro y ceniza,
quiero entregarte sin prisa,
entre tus manos mi vida.
Tu que le brindas consuelo
al que llora en tu regazo,
permite que en un abrazo
viaje contigo hasta el cielo.