Trascendía el sol el medio día, cuando el misterio de la vida y el destino te trajo al mundo. Naciste por el medio a que dió nombre aquel Cayo Julio César, preconizando tu talla física e intelectual y anticipando tu diferencia con lo común. Pequeño pero ya tú; frágil pero fuerte, asombrado ante la sorpresa del espacio.
Al verte por primera vez, ví en tu rostro el de mi padre, cuyo tiempo no coincidió con el tuyo para la oportunidad de encontrarse dos rostros y dos corazones en el milagro, del devenir, compartiendo en el tiempo la igualdad de la célula de un mismo tronco, y sentí el deseo de que tu espíritu tuviera también afinidad con el suyo, heredando sus mejores cualidades y virtudes.
El mundo te espera y te ofrece cuanto al milagro de la creación en su prodigalidad pone a tu alcance: Con solo quererlo disfrutar el milagro de la luz; fuego en el sol, diamante en las estrellas. El cristal del agua; espejo en la laguna, camino en el río, esperanza en la lluvia. La magia del sonido; rumor y queja en el viento, himno al Creador en el gorjeo del ave. La tersura de la tierra, la suavidad del nido, la acritud de la espina, el terciopelo del pétalo. Todo eso esta ahí para goce de tu espíritu y regalo a tus capacidades sensoriales, sin más costo que tu deseo de poseerlos y ser su espectador.
Pero ese mismo mundo te ofrece el escenario para tu propia actuación. Al inicio inocente receptora de todos los afectos y regalos, luego dócil seguir por donde marcan las huellas de la generalidad, hasta el momento que como el gallo se tiene voz propia y distinta a la de los otros; se ven diferentes a los demás el cielo y el horizonte y se decide, tremendo instante, la partitura y el personaje en que actuaremos y seremos por el resto de la vida.
Los días convulsos del momento materialista han ponderado por encima de todo al dinero y al poder, relegando los verdaderos valores que la divinidad y la naturaleza han adjudicado al hombre. Cierto, tus bienes materiales son necesarios en lo primario, gratos en lo secundario e inútiles en el exceso; se trabaja para tenerlos como seguridad y sostén de la vida y el disfrute racional. Los demás, si no se destinan para ayudar a otros en la justa medida de la razón y el equilibrio, son inútiles a su tenedor. También es grato el ejercicio del poder, si la meta es mejorar el entorno; si es para la propia vanidad, resulta irrelevante. Es más rico el poder de la razón, del prestigio y la calidad, que despierta el afecto y la admiración en quienes te conozcan.
Sé que tu mirada buscará las alturas y despreciará lo que se arrastre y sea indigno.
Por tu voluntad podrás poseer la materia, sin que ello sea lo primordial en tu vida, pero lo que realmente deseo es que por tu sensibilidad e inteligencia, poseas los más profundos goces del espíritu en que radican la felicidad y la paz contigo mismo.