A MI HIJA LIZETH

EN SU NACIMIENTO

Hoy he visto nuevamente consumarse el milagro de tener otra hija, tan pequeña como almendrita, tan hermosa como una flor, tan limpia como un amanecer, tan importante como todo lo creado por Dios por ser parte gentil del mismo Dios.

Por seres como tú Dios ratifica su voluntad de que lo más bello y digno de la vida se repita y sé que cada que siembra en el cielo una estrella como tú, en la tierra una rosa como tú, El se siente satisfecho de su obra y esbozando una sonrisa abriga una grata tibieza en su corazón, donde alguna vez recibió una lanza.

Existe en tí el misterio de muchas vidas involucradas en tus antepasados, casi todos ignorados en la oportunidad del tiempo que no permitió a los ojos encontrarse en la sorpresa de contemplar el ayer y el hoy, pero conocidos en el ritmo del corazón que impulsa la misma sangre por los mismos caminos. Me gratifica el no conocer indignidad ni oprobio en ellos mas si alguno hubiere, con tu llegada ha desaparecido pues tu belleza, que refleja el espejo del alma, no admite sombra ni mancha alguna.
Tu abuelo Francisco te ha recibido con júbilo y orgullo, pregonando lo hermosa que eres y no ha podido sustraerse a la emoción que se asomó a sus ojos refrescados con lágrimas de alegría. Tu abuela Esther te conoció cuando eras parte de la brisa, del perfume, de la lluvia, del sueño de tus padres, de la esperanza del Señor de que esta vida sea mejor con tu presencia, y dibujó en tu pelo la silueta del suyo propio y tuvo el gusto de darte el primer beso.

Siempre has vivido en mis sueños, desde los días que emocionaron mi niñéz con relatos y cuentos gentiles que hoy se han vuelto realidad al despertarme y recibirte en mis brazos a tí, a quien tanto soñé.

Dios permita que tu vida siempre sea primavera llena de aromas, de trinos, de colores, de lozanía y de felicidad, y que cuando sufras siempre tengas una mano y un corazón para compartir lo ingrato y recuerda que yo haré por ti hasta lo imposible.