EN EL DIA DE SU NACIMIENTO
Hija:
Tal como a tu hermano te dedico este libro, en que cual bitácora contarán tus primeros pasos por esta vida, hasta abandonar esa dulce irresponsabilidad de la niñez, para asomarse a la realidad y con ello también al umbral del dolor.
Apuntaba un nuevo día en el horizonte cuando brotaste del seno fecundo de tu madre, anunciando al mundo tu arribo con un grito que echó a andar el reloj de tu propia vida. Ya eras tú, diminuta pero vigorosa y tu padre al saber que otra rosa crecía en los jardines del Señor, musitó su primera plegaria por tí; mezcla de gozo, temor y asombro y pidió que esa flor por siempre fuera lozana y nunca mancillada por las plagas e insectos, que fatal y desgraciadamente deben equilibrar la belleza que contigo y otras flores Dios puso en este mundo.
Siento torpe la mano y el entendimiento para escribirte estas líneas, pues no obstante el ser tan pequeña estás tan cerca de Dios por tu inocencia y pureza, que cuesta gran trabajo comprender a la estrella en mis brazos y a la naturaleza toda en tan frágil estuche; pero eres así, porque sin criaturas como tú, la vida no tendría sentido, ni el hombre razón de existir.
¡Pequeña hija mía ! maravillosa presencia de lo divino; bastaría el perderse en tus ojos de cielo y refrescar las heridas diarias del camino en tu sonrisa, para entender al Creador, del que a veces nuestra mucha ciencia o ceguera nos apartan y solo volvemos a El apoyados en una manita tierna como la tuya, en la que a falta de la fuerza brutal del músculo existe una fuerza mayor: La inocencia.
Ignoro por desgracia que te depare el destino y quisiera ser siempre el escudo en que la vida descargue los golpes que tenga para tí, que en Cristo confío te sean siempre leves; pero ante esa imposibilidad material, tengo la plena confianza en que si alguna vez nos fué dado un ángel guardián, el tuyo te protegerá de las acechanzas del destino, pues sé que a tu belleza externa irá unida la del espíritu, que es caudal inagotable de energía y única satisfacción perdurable en que se impulsa una existencia y fecunda.
Quisiera para tí todos los dones de los viejos cuentos de hadas, pero el vivir me ha enseñado que estos son superfluos y solo existen en la inspiración de quienes escribieron a lo más hermoso, a lo más limpio, a ti y a las niñas como tú, estrellitas con que el Niño Dios adorna su noche.
Sé siempre el faro a cuya luz se disperse la oscuridad de la miseria humana y se alumbre el camino de los cielos, que yo tu padre estaré junto a ti, y ¿ Quien sabe, tal vez? Con tu llave logre colarme hasta Dios.